Cansada ya de leer filosofía occidental he decidido continuar con la iniciativa, que ya inicié en el tercer curso de mi carrera de Humanidades, de indagar un poco más en la sabiduría de la filosofía oriental. Y es cierto que algo tienen en común, sobre todo las preguntas a las que siempre el ser humano recurre al ser consciente de su existencia. Sin embargo, y creo que puede resultar interesante, la filosofía oriental está casi siempre orientada a facilitar un poco el peso de la existencia al ser humano o sensible. Reconocer el sufrimiento, analizar y extraer sus causas, la cesación de las mismas y por último su eliminación, pueden hacer de la vida algo más llevadero para el ser que por su sensibilidad tiene que luchar todos los días contra el dolor y el miedo. Si tuviera que elegir una religión no lo dudaría. Jamás elegiría aquellas que atormentan al ser humano y los sumergen en el oscurantismo y el miedo, jamás confiaría en un Dios vengativo y sordo que no escucha las atrocidades ni los gritos de los niños en guerra, jamás me arrodillaría ante templos de riquezas que tienen como máximo gerente al que dice ser el representante de Dios en la tierra. Jamás. Las religiones tienen que servir para hacer mejores a los hombres, para darles la calma y hacerles más fuertes. El amor es el único Dios ante el que me rindo. El amor a uno mismo y al prójimo en la misma intensidad. Y todo lo demás no es, ni tan siquiera, literatura.